El despertar del desierto de Atacama
Un verdadero manto de flores, que hace olvidar que se está en el desierto más árido del mundo: Atacama. Esto es lo que se aprecia cuando se conjugan la cantidad exacta de precipitaciones y temperatura, para despertar las semillas que llevan años dormidas, generando un completo ecosistema de insectos, reptiles y aves que es necesario conservar y proteger.
Quince milímetros. Esa es la cantidad mínima de agua aproximada que requieren las semillas endémicas -propias de este lugar- que se encuentran en estado de “dormancia” en el desierto de Atacama para despertar. Además de una temperatura más cálida y condiciones de luminosidad precisas.
Si se producen todos estos factores, entonces es posible ver cómo el desierto más árido del mundo se transforma en un verdadero jardín.
Como explica la profesora de la Facultad de Ciencias Biológicas, María Fernanda Pérez, “el desierto florido es un fenómeno asociado a eventos de lluvia. Se trata de un aumento de la biomasa vegetal, que se debe especialmente a las plantas herbáceas”. Y agrega que entre más cantidad de agua caída, los desiertos floridos tienen mayor diversidad de especies y son más extensos. “Como el de 2017, que fue espectacular y que cayeron 50 mm”, agrega.
“Esta emergencia de plantas coincide con las corrientes del Niño, cuando las temperaturas son más cálidas, produciéndose una mayor evaporación y, por ende, un aumento de las precipitaciones. No así con la corriente de la Niña, que es más fría”, agrega la profesora de la Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal, Ana María Mujica.
“En los últimos 40 años, estos eventos han sido alrededor de quince. Eso es en la zona de Copiapó y Huasco, en la tercera región de Atacama, pero hay otras zonas muy importantes en diversidad y especies endémicas, como por ejemplo Paposo, en Antofagasta, y en las cercanías de Iquique. Aquí las precipitaciones son menores y mucho menos frecuentes. Desde el punto de vista botánico, esas zonas tienen altos grados de endemismo -o sea, hay especies que sólo se encuentran aquí-, por lo que son muy, muy relevantes”, afirma la profesora Pérez.
Este año, las precipitaciones que cayeron en la zona de Copiapó fueron alrededor de 10 mm. Aún siendo escasas, permitieron que se produjera el fenómeno del desierto florido, pero de manera local, especialmente hacia el interior y en las cercanías de Caldera. De todas maneras, es impresionante.
En la ruta de las flores
Voy por la ruta 5 Norte, en el tramo que va desde Copiapó hasta Vallenar. Solo se ven planicies y cerros resecos, sin ni siquiera un cactus en el horizonte. Solo tierra y un cielo azul intenso, sin ninguna nube. En la autopista la mayoría de los vehículos son de la minería, la actividad económica por excelencia de esta región.
De pronto, casi al llegar al cruce C-35 que va a la localidad de Nantoco, el paisaje comienza a tomar una tonalidad levemente lila hasta que el color se torna de un fucsia intenso, gracias a un verdadero manto de “patas de guanaco” (Cistanthe grandiflora) que cubre toda la planicie y los cerros, hasta donde se pierde la vista.
Al acercarse, van apareciendo unos “puntitos” de distintos colores: “añañucas” amarillas y naranjas (Zephyranthes bagnoldi), “suspiros de campo blanco” (Nolana baccata), “suspiros” (Nolana carnosa y Nolana acuminata), “malvillas” (Cristaria sp.) y “coronilla del fraile” (Encelia canescens), entre otras. (Ver Guía “Expresiones del desierto florido”)
Como explica Ana María Mujica, quien lleva más de 30 años estudiando las plantas del desierto, todas ellas tienen una característica común: son herbáceas -o hierbas, especies que surgen de una semilla, tienen tallos, hojas y flores-, y son clasificadas como “anuales”, es decir, que en el lapso de un año (generalmente 3 a 6 meses) germinan, florecen, dan frutos y mueren, dejando las semillas para la siguiente generación.
Estas semillas están compuestas por un embrión, que es alimentado por almidón y cubierto exteriormente por una “testa” o cáscara muy dura y casi impenetrable. “Esto permite que las semillas puedan estar 5, 7 o hasta 10 años en estado de latencia o dormancia”, dice la profesora.
Hay otras especies, como las herbáceas bianuales -que desarrollan todo su ciclo de vida en un periodo de dos años- y los bulbos, rizomas y cormos, que son órganos subterráneos de almacenamiento de nutrientes, como por ejemplo los lirios.
La variedad es enorme. El desierto florido está compuesto por 1.893 especies de plantas, de las cuales un 32% son endémicas de esta parte de Sudamérica y un 58% son endémicas de Chile (de acuerdo a un estudio del Instituto de Investigaciones Agropecuarias y Científico, 2017). Y se cree que aún hay muchas que no se han descubierto.
En búsqueda de los cactus
Los cactus son característicos de esta zona y la “estrella” de la región, sin duda, son las Copiapoa. Un género de cactus nativo de la costa desértica y seca del norte de Chile, que comprende alrededor de 26 especies. Si bien varían en su forma, se caracterizan por ser más bien esféricos. Su color va de un café a un azul-verdoso. (Ver Guía de Campo “Cactáceas nativas de Chile”)
El Parque Nacional Llanos de Challe, en la costa de Atacama, es un verdadero refugio de la “Copiapoa de Carrizal” (Copiapoa dealbata). Crece como un verdadero cojín, pudiendo alcanzar hasta 1 metro de altura y 2 metros de ancho. Están cubiertas por una cera blanquecina que las protege de la deshidratación y sus flores amarillas surgen como un milagro entre medio de un entramado de espinas, que las protege y evitan la evaporación.
Lamentablemente, su estado de conservación es vulnerable, debido a su distribución geográfica extremadamente restringida y a que su reproducción ha ido en disminución (ver documento “Flora amenazada de la Región de Atacama y estrategias para su conservación”). A esto, se suma el tráfico ilícito de cactáceas. Las copiapoa son una especie altamente apetecida en los mercados europeos y asiáticos, donde una planta se puede vender por 500 a mil quinientos dólares (unos 400 mil a un millón 200 mil pesos chilenos).
Ecosistema vulnerable
El desierto florido es un ecosistema muy particular. Así explica Ana María Mujica: “Se trata de una floración efímera, de vida muy corta, en torno al cual surge una gran cantidad de especies: aves, insectos, reptiles, roedores. Todo ello está relacionado”.
De hecho, como afirma María Fernanda Pérez, “la diversidad de insectos es espectacular, hay algunas especies que incluso solo surgen para el desierto florido”. Y agrega: “Basta un poco de agua para que se despierte un sistema completo de vida”.
Muchas de estas especies cumplen una importante labor de polinización, transfiriendo el polen de una parte a otra de una flor o a otras flores, proceso esencial para el mantenimiento de la viabilidad y la diversidad genética de las plantas, además de mejorar la calidad y cantidad de semillas. Así como también trasladando las semillas de un lugar a otro, expandiendo la ubicación geográfica de las especies.
Dada sus características tan particulares, el desierto florido es un ecosistema frágil. Arrancar una planta o extraer semillas, puede provocar que desaparezcan para siempre. Lo mismo con las motos y vehículos que circulan fuera de los caminos trazados y se internan por los cerros florecidos. Otros factores son la erosión de los suelos, la actividad industrial y minera, ganadería y cambio climático, entre otros.
Ambas científicas hacen hincapié en la importancia de la educación.
“En mi opinión, primero es necesario conocer el desierto florido, el segundo paso es la educación -especialmente a las nuevas generaciones-, luego preservar y por último, tomar medidas de conservación, por ejemplo, laboratorios y jardines, para conservar y reproducir las semillas para que las especies continúen existiendo”.
“Creo que si la gente supiera que un bulbo puede tener entre quince o veinte años, no lo sacaría. Lo mismo con las cactáceas. Además de aprender lo que significan estas especies para el ecosistema”, dice María Fernanda Pérez.
“Tenemos que volver a valorar nuestra historia natural”, concluye la ecóloga.
Mira este video del Desierto Florido captado con drone.
(Video y fotografía: Francisco Gamboa)